A veces los mejores momentos de nuestra vida suceden en un corto espacio de tiempo que denominamos “lo que queda del día”. En ese preciso instante dejamos de lado nuestras obligaciones diarias, lanzamos el bolígrafo por los aires y nos abandonamos a aquello que más nos gusta hacer. Desaparecen las prisas, los agobios, los compromisos de última hora y el universo parece estar a nuestra entera disposición. Eres verdaderamente tú y te sientes feliz, protagonista y aunque estás cansado, por nada del mundo renunciarías a “lo que queda del día”. Para la mayoría de las personas “lo que queda del día” llega durante la tarde o la noche, a veces arañando segundos a los minutos y minutos a las horas.
Y en este “lo que queda del día” podemos incluir también nuestras vacaciones, una vez al año, pues su duración es igualmente escasa pero muy valorada por todos nosotros. Las posibilidades son infinitas y la mayoría de las veces este maravilloso oasis de tranquilidad se ve empañado por los agobios del día siguiente. Entonces nos damos cuenta que dedicamos menos tiempo del que nos gustaría a las cosas que realmente nos hacen felices y lo que es peor, nos sentimos culpables cuando disfrutamos de la vida y lo pasamos bien porque nos han enseñado a seguir el camino del sufrimiento y de la culpa desde que somos bien pequeños, por eso -y no sólo por la falta de tiempo- sólo reservamos “lo que queda del día” a lo que más nos gusta hacer.
El resto del tiempo, es decir la mayor parte del día o el día en su totalidad -dependiendo de la persona-, lo pasamos en piloto automático. Desde que nos levantamos entramos en estado robot, hacemos las cosas casi sin pensarlas, por inercia, siguiendo un guión establecido que a nivel invisible se nos escapa y va lentamente terminando con nuestra vida y sólo ponemos énfasis a lo que nos interesa, lo demás son emociones planas que van a una especie de cajón de sastre que albergamos en nuestro cerebro a modo residual. Así la mejor parte de nuestra vida se ve absorbida por un gigante amenazador que ocupa el mayor tiempo posible: la rutina.
Nuestra vida sería diferente si pudiéramos dedicar más tiempo a “lo que queda del día”. Perderíamos la rigidez que nos caracteriza, seríamos más auténticos, personas más felices, creativas y motivadas. Nuestro gran desafío es convertir “lo que queda del día” en “nuestro día completo” desde que amanece hasta que anochece y poner emoción y entusiasmo a cada nuevo reto que emprendemos, pero eso depende exclusivamente de cada uno de nosotros y de las prioridades que establecemos en nuestra vida. Lo bueno de “lo que queda del día” es que dura lo suficiente como para que sepamos valorar esos momentos especiales. Yo dedico “lo que queda del día” a escribir y a través de estas líneas que escribo a diario he encontrado mi espacio de felicidad personal.
Y tú ¿a qué dedicas lo que queda del día?, ¿te hace feliz?….Si la respuesta es NO, tal vez ha llegado el momento de que lances tu rutina por los aires y vuelvas a empezar. Nunca es tarde para perseguir tus sueños ni para encaminar tu vida hacia el camino que te gustaría recorrer, no importa cuántas veces pases por el kilómetro cero, lo importante es que hagas aquello que realmente te llene y te haga feliz, aun cuando sólo puedas dedicarle “lo que queda del día”.
Y en este “lo que queda del día” podemos incluir también nuestras vacaciones, una vez al año, pues su duración es igualmente escasa pero muy valorada por todos nosotros. Las posibilidades son infinitas y la mayoría de las veces este maravilloso oasis de tranquilidad se ve empañado por los agobios del día siguiente. Entonces nos damos cuenta que dedicamos menos tiempo del que nos gustaría a las cosas que realmente nos hacen felices y lo que es peor, nos sentimos culpables cuando disfrutamos de la vida y lo pasamos bien porque nos han enseñado a seguir el camino del sufrimiento y de la culpa desde que somos bien pequeños, por eso -y no sólo por la falta de tiempo- sólo reservamos “lo que queda del día” a lo que más nos gusta hacer.
El resto del tiempo, es decir la mayor parte del día o el día en su totalidad -dependiendo de la persona-, lo pasamos en piloto automático. Desde que nos levantamos entramos en estado robot, hacemos las cosas casi sin pensarlas, por inercia, siguiendo un guión establecido que a nivel invisible se nos escapa y va lentamente terminando con nuestra vida y sólo ponemos énfasis a lo que nos interesa, lo demás son emociones planas que van a una especie de cajón de sastre que albergamos en nuestro cerebro a modo residual. Así la mejor parte de nuestra vida se ve absorbida por un gigante amenazador que ocupa el mayor tiempo posible: la rutina.
Nuestra vida sería diferente si pudiéramos dedicar más tiempo a “lo que queda del día”. Perderíamos la rigidez que nos caracteriza, seríamos más auténticos, personas más felices, creativas y motivadas. Nuestro gran desafío es convertir “lo que queda del día” en “nuestro día completo” desde que amanece hasta que anochece y poner emoción y entusiasmo a cada nuevo reto que emprendemos, pero eso depende exclusivamente de cada uno de nosotros y de las prioridades que establecemos en nuestra vida. Lo bueno de “lo que queda del día” es que dura lo suficiente como para que sepamos valorar esos momentos especiales. Yo dedico “lo que queda del día” a escribir y a través de estas líneas que escribo a diario he encontrado mi espacio de felicidad personal.
Y tú ¿a qué dedicas lo que queda del día?, ¿te hace feliz?….Si la respuesta es NO, tal vez ha llegado el momento de que lances tu rutina por los aires y vuelvas a empezar. Nunca es tarde para perseguir tus sueños ni para encaminar tu vida hacia el camino que te gustaría recorrer, no importa cuántas veces pases por el kilómetro cero, lo importante es que hagas aquello que realmente te llene y te haga feliz, aun cuando sólo puedas dedicarle “lo que queda del día”.
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