Por fin había llegado el gran día. Durante largo tiempo había imaginado el momento en el que subiría al escenario. Había ensayado cientos de veces delante del espejo esa sonrisa seductora que tanto gustaba a sus alumnos. Algunas palabras de agradecimiento, otras sobre sus comienzos...incluso había medido la entonación y las necesarias pausas, de esta manera parecería emocionado y podría abandonar durante unos segundos ese distanciamiento que le había ido separando de los demás. Al fin y al cabo le estaba permitido, era un gran científico valorado a nivel internacional y debía mantener ese punto inaccesible que sólo adquieren las grandes personalidades con el paso del tiempo.
Aquella tarde se vistió despacio. Recorrió la casa pensativo mientras escuchaba su programa de radio favorito. En los últimos años la radio le había acompañado en sus largas noches de soledad y se había convertido en la banda sonora de su propia vida, en su fiel compañera. Su mirada se posó por un instante en las fotografías. Por un segundo le pareció oír las risas de unos niños, pero no...sin duda su imaginación le estaba jugando una mala pasada. Siguió recorriendo lentamente cada una de las habitaciones y fue apagando todas las luces hasta que la casa quedó envuelta en la penumbra y en el más completo silencio.
El coche le estaba esperando. Era una fría tarde de invierno. Las calles estaban semivacías y llovía. La lluvia amortiguaba el ruido de la ciudad. Tras los cristales pudo contemplar el movimiento de los transeúntes y de sus paraguas formando una sinfonía de diferentes tonalidades. Llegó al Auditorio. Las autoridades le estaban esperando. Fotografías, apretones de mano, forzadas sonrisas y cumplidas felicitaciones. Estaba acostumbrado a seguir el guión, a meterse en su papel.
Y por fin llegó el gran momento. Había soñado miles de veces con esa escena. Subió al escenario y recogió su premio. Estaba a punto de pronunciar unas palabras cuando algo le detuvo. Miró las gradas y encontró tres asientos vacíos. Un espacio en blanco imposible de llenar. Entonces comprendió lo que por largo tiempo había evitado pensar. El premio no se encontraba en el escenario, ni detrás de unos aplausos, ni en las falsas sonrisas de reconocimiento de sus compañeros. EL PREMIO se encontraba a diario en su familia y él había rechazado ese preciado tesoro. Adiós a la felicidad. Su carrera era lo más importante, ya tendría tiempo para lo demás, pero ese "ya tendría" no llegó nunca, tampoco "lo demás" y su mujer terminó dejándole y marchándose con sus hijos a otra ciudad. Él ni siquiera había notado su ausencia durante sus interminables viajes a lo largo del mundo.
Se dio la vuelta y dejó el premio en el estrado. Lentamente bajó del escenario. El público le miraba sorprendido. Los aplausos se congelaron. Él se marchó sin mirar atrás. Dejó el Auditorio y regresó al coche. El chófer le estaba esperando. Al aeropuerto...dijo en un susurro. Había comenzado a ver el mundo desde la perspectiva del espectador: sin escenario, sin etiquetas, sin aplausos ni distinciones pero con lágrimas, sentimientos y emociones... y necesitaba recuperar su más valioso premio: su familia. Ya no importaba su pasado ni lo que dejaba atrás. La lluvia le aplaudía tras los cristales. Un nuevo presente acababa de comenzar y brindó por ello mientras se dirigía a la terminal.
Se dio la vuelta y dejó el premio en el estrado. Lentamente bajó del escenario. El público le miraba sorprendido. Los aplausos se congelaron. Él se marchó sin mirar atrás. Dejó el Auditorio y regresó al coche. El chófer le estaba esperando. Al aeropuerto...dijo en un susurro. Había comenzado a ver el mundo desde la perspectiva del espectador: sin escenario, sin etiquetas, sin aplausos ni distinciones pero con lágrimas, sentimientos y emociones... y necesitaba recuperar su más valioso premio: su familia. Ya no importaba su pasado ni lo que dejaba atrás. La lluvia le aplaudía tras los cristales. Un nuevo presente acababa de comenzar y brindó por ello mientras se dirigía a la terminal.
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