Seguro que más de una
vez a lo largo de tu vida te has hecho esta pregunta y en ocasiones no
has encontrado respuesta a la sucesión de acontecimientos encadenados que se
producen en tu vida y que parecen llevarte, casi sin darte cuenta, de un
sitio otro, como cuando das un paseo por el parque y por el camino
te tropiezas con el amor de tu vida o mientras estás pasando tus vacaciones en un pueblo
perdido de la montaña y la magia del lugar te hace descubrir tu verdadera vocación en la vida. Entonces
te preguntas si todo lo que te está ocurriendo, estaba marcado en tu destino.
Estoy segura que más de una vez has pensado que todo está predestinado y que hagas lo que hagas, si algo tiene que suceder en tu vida, las cosas se rodearán para que se produzcan, sin que puedas explicarte cómo, pero cuando te sucede algo malo piensas que no es posible que el destino te haya jugado tan mala pasada y entonces dudas y crees que simplemente has tenido mala suerte o ha sido casualidad, pero...¿existe la casualidad? eso es tan difícil de responder como la pregunta que te he planteado al comienzo de este relato.
Cuando era
pequeña, mi madre solía quedar con una
amiga que sabía leer el futuro en la palma de tu mano. Las dos comentaban que lo hacían por
diversión, para pasar el rato, pero sé que mi madre creía a pies juntillas lo que su amiga le decía
y a veces hacía grandes esfuerzos para propiciar que el destino le fuera
favorable y cambiaba sus planes en función del resultado de la interpretación de las líneas de su mano. Pero
en el fondo sé que se sentía desilusionada porque casi nada de lo que su amiga le vaticinaba, llegaba a sucederle en realidad. Mi padre le tomaba el pelo, pero a
menudo le veía consultando su horóscopo en el periódico. El caso es que los dos
parecían preocupados por su futuro y mientras yo, intentaba comprender el
complicado mundo de los adultos. Un día del mes de
octubre le pregunté a mi abuelo si él creía en el destino y no me respondió
nada en ese momento, pero al día siguiente, mi abuelo vino a casa con varias semillas y me
dijo que me ayudaría a plantarlas en nuestro pequeño jardín. Todas las semillas
parecían iguales, pero mi abuelo me dijo que no las mezclase porque había de dos
tipos, unas eran de la flor del pensamiento y las otras de la flor de la amapola.
Entre los dos elegimos
el lugar del jardín donde plantaríamos las semillas. Removimos cuidadosamente
la tierra y colocamos las semillas separadas entre sí. A continuación mezclamos la
tierra con un abono especial y regamos el espacio donde se encontraba cada grupo
de semillas con un poco de agua. Cada tarde, después del colegio, contemplaba
nuestro jardín e incluso cantaba alguna canción mientras regaba la tierra. Al
principio no sucedió nada, pero mi abuelo me dijo que no perdiera la fe y
siguiera cuidando la tierra, porque aquello que parecía invisible a mis ojos,
ya existía y pronto vería la luz del sol. A los pocos días comencé a ver
ramitas de color verde sobresaliendo de la tierra y éstas dieron lugar a finos y esbeltos tallos.
Con la llegada del
frío de diciembre, comenzó a florecer el pensamiento. Eran flores muy hermosas, de
color azul intenso, como si parte del cielo apareciera reflejado en nuestro pequeño jardín
y mientras tanto, las semillas de las amapolas
esperaban impacientes la llegada de la primavera para sentir el calor de los primeros
rayos de sol y así fue cómo, a finales de marzo, comenzaron a florecer en nuestro jardín, bellas y
estilizadas amapolas de color rojo, mientras el pensamiento comenzaba a despedirse de nosotros, perdiendo el brillo de su colorido azul intenso.
Una tarde, mientras mi
abuelo y yo contemplábamos la belleza producida por el contraste de color de los
pensamientos y las amapolas, mi abuelo me respondió a la pregunta que le había hecho
sobre el destino varios meses atrás: "Cada
semilla no puede dejar de ser lo que es, las amapolas nacieron siendo amapolas
y el pensamiento nació siendo pensamiento y nunca podrían ser otra flor
diferente, aunque quisieran. Está establecido así desde el principio de los tiempos y lo mismo
sucede con las personas. El lugar y la familia en la que naces viene determinado
desde antes de tu propio nacimiento y no puedes elegirlo. El por qué naces en
una familia y no en otra no es mera casualidad, es parte del misterio de la
vida, pero con el tiempo te das cuenta que la familia en la que has crecido,
es la única posible que podías tener y la que necesitabas para tu evolución y
crecimiento personal. El mundo también tiene un destino que influye en las personas y tiene un desarrollo y
una meta. Para crecer y desarrollarse, las plantas necesitan ingredientes
básicos como la luz del sol, el agua, tierra fértil y un clima adecuado, pero el que
la planta eche raíces en la tierra, crezca y florezca, depende en gran medida de sí misma y de
su adaptación al medio donde se desarrolla su vida y lo mismo sucede con las
personas, si bien no puedes determinar tu
nacimiento,
sí puedes decidir cómo afrontar tu vida eligiendo tu actitud frente al medio que te rodea y si eres positiva y optimista tus raíces crecerán sanas y fuertes y te adaptarás a cualquier situación que la vida te presente. Para ello debes trabajar tu pensamiento día a día y así, tu lugar en el mundo, dependerá en gran medida de ti misma y de las elecciones que realices. Por eso no puedes hacer responsable al destino de tus alegrías o de tus desgracias, puede que no puedas evitar que determinadas cosas te sucedan, pero eres lo que piensas. Tu pensamiento determina tu vida y cuanto antes te des cuenta, antes encontrarás la felicidad y descubrirás cuál es tu destino en la vida". Lo que me dijo mi abuelo aquel día, me hizo comprender muchas cosas y desde entonces dejé de esperar que las oportunidades llamasen a mi puerta y decidí tomar parte activa en la creación de mi propio destino, aquél que formaba parte de mis sueños y yo misma había elegido.
Así que, si alguna vez
te sientes desilusionado con tu vida y piensas que tu destino es como un laberinto donde estás dando demasiadas vueltas y no llegas al lugar que siempre habías deseado, enfoca tu atención hacia ti mismo y construye un nuevo
destino. Nunca es tarde para comenzar de nuevo, ni para volver a construir tus sueños. En aquella parte del universo donde decidas, puedes volver a plantar semillas de esperanza y comenzar una nueva vida. No tengas miedo a la lluvia ni a la tormenta, por muy difícil que haya sido tu situación hasta este momento, el jardín de tu vida puede volver a crecer y a florecer de felicidad. Riega tus sueños de ilusión, déjate acariciar por el calor de la confianza en ti mismo y abónate al optimismo. Acepta que eres el único responsable de tu
vida y la persona que puede hacer posible aquello que se proponga. Puede que en el destino esté marcado el recorrido diario del sol por la tierra, pero de tu elección depende el recibirlo con una sonrisa y dejarte acariciar por su calor u ocultarte tras la sombra del horizonte y darle la espalda a la maravillosa luz que te rodea. Es tu vida. Son tus semillas. Decide cuál es tu destino en el mundo y comienza a sembrar tu felicidad donde el corazón te lleve.
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