Hubo un tiempo en mi vida en el que trabajé en una pequeña lavandería de mi barrio. Hasta ese momento había sido bibliotecario y estaba acostumbrado a compartir mi tiempo entre libros y silencio. Pero de un día para otro la biblioteca cerró por falta de fondos públicos y me encontré con 50 años y sin trabajo, algo fatídico en las estadísticas, así que fue una suerte encontrar empleo en aquella lavandería y paradójicamente puedo decir que las cosas más importantes de mi vida las he aprendido allí, no en un libro.
Qué cierto es cuando dicen que la vida está llena de contrastes, como cuando pasas del más absoluto silencio al ruido más ensordecedor. Al principio no podía soportar el calor y el traqueteo de las lavadoras, que parecían haber desatado una competición entre ellas mismas para ver cuál ganaba el concurso del ruido. Sin embargo, al cabo de un tiempo no sólo dejó de molestarme el ruido, sino que además, me ayudaba a concentrarme. De alguna manera sentía que el sonido de las máquinas me aislaba de ese otro rugido que habita en cada ciudad como...el tráfico incesante, el griterío de la gente, el sonido de los semáforos, el aleteo de las palomas, la música de los bares... y me permitía concentrarme en mi propia vida y en aquello que debía mejorar de mí mismo. Así me di cuenta que si te concentras y te escuchas a ti mismo, puedes conquistar el silencio en cualquier lugar en el que te encuentres. A veces perdía la noción del tiempo observando cómo las lavadoras centrifugaban y se movían sin parar y me sentía identificado con la ropa que daba vueltas y con el hecho de que la vida también te hace girar de un lugar a otro y a veces puedes sentirte golpeado y arrugado por los problemas, pero siempre sales más fortalecido y reluciente de esa experiencia, como la ropa que entregábamos al cliente perfectamente doblada y planchada.
A la lavandería nos traían todo tipo de prendas, desde sábanas y mantas, hasta ropa industrial, pasando por ropa de abrigo y otro tipo de prendas delicadas. Un día llegó a la tienda una señora mayor que parecía muy apenada. Quería lavar un jersey de su hijo que estaba confeccionado con una lana especial de Perú. Durante el invierno la humedad había producido alteraciones en el estampado del jersey y ella quería que quedase como nuevo, al fin y al cabo era el jersey favorito de su hijo y casi lo único que le quedaba de él, pues meses atrás había fallecido en accidente de tráfico. Puse toda mi atención y cuidado en el lavado de aquella prenda. Sin embargo, cuando saqué el jersey de la lavadora, había encogido muchísimo y parecía pertenecer a un niño. Intenté aplicarle diferentes productos, pero no pude hacer nada para que recuperase su estado original. Me sentía triste y abatido.
Cuando llegó la señora y le expliqué lo sucedido, no sólo no se enfadó, sino que se sintió aliviada. Me extrañó su actitud y le pregunté si no se sentía disgustada por lo ocurrido, entonces me dijo: "Recuerdo el día que le regalé este jersey a mi hijo , acababa de finalizar su carrera y un brillante futuro le esperaba. Recuerdo su cara de ilusión al probárselo y el abrazo que me dio para agradecérmelo. También recuerdo el día que nació mi primer nieto. Mi hijo llevaba puesto este jersey y cuando tomó a su hijo entre sus brazos, la primera sensación que sintió mi nieto fue el roce de la suave lana de este jersey en su mejilla. Este jersey nunca podría suplir todos y cada uno de los momentos emocionantes que he vivido al lado de mi hijo, y en mi dolor me había aferrado a esta prenda pensando que era lo único que me quedaba de él, pero me equivocaba. Lo mejor de mi hijo ya lo tengo, así que puedes tirar este jersey, no lo necesito más". Así la señora se liberó de la dependencia que tenía con el jersey y todo aquello comenzó a formar parte de su recuerdo.
A veces nos aferramos a las cosas que tenemos pensando que es lo único que tenemos en nuestra vida y cuando las perdemos sentimos un vacío y una frustración difíciles de soportar, olvidándonos de establecer un diálogo verdadero con nosotros mismos y con la esencia que las cosas desprenden y que nos llevan a entender el verdadero significado de aquello que poseemos. Puede que mañana pierdas todo lo que tienes, pero siempre permanecerán contigo los recuerdos felices que has ido acumulando a lo largo de tu vida, éstos nutrirán tu alma y te ayudarán a caminar hacia adelante cuando pases por paisajes de dificultad. Así que no llores por lo que te falta y disfruta recordando los momentos de felicidad que te ha proporcionado aquello que ya no posees, eso será tuyo para siempre. Además cada día de tu vida puedes fabricar nuevos recuerdos y ampliar tu álbum de recuerdos personales.
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