Muchas personas esperan cada día que sucedan grandes acontecimientos que cambien su historia personal para siempre y se sienten decepcionados cuando esto no sucede y la ruleta de la fortuna pasa de largo y no se detiene en la casilla de sus vidas.
Sin embargo, vivimos rodeados de milagros que ocurren de forma casi invisible, sin que nos demos cuenta, porque estamos más pendientes de las desgracias que nos rodean, de los problemas que tenemos, de la infelicidad que nos atenaza constantemente y olvidamos la magia que la vida nos muestra cada día y por eso hoy me gustaría contar mi experiencia personal, el milagro que supone para mí cada día poder despertarme a las 6 de la mañana, cuando aún es de noche y el silencio de la ciudad golpea levemente los cristales de tu ventana y te invita de forma silenciosa a comenzar un nuevo día y a levantarte con una sonrisa. Entonces doy gracias a Dios por la oportunidad de poder llevar una rutina medianamente normal, como la que pueda llevar cualquier persona que acude cada día a su trabajo y realiza su jornada laboral. Quizá pueda parecer trivial todo lo que estoy contando si no conoces mi historia, pero hace casi cinco años años comencé a sufrir serios problemas de salud que cambiaron mi vida para siempre y me sumieron en una profunda tristeza.
Desde que era pequeña he tenido una salud excelente, me he cuidado, nunca he fumado ni bebido alcohol o tomado drogas, tampoco he trasnochado. Siempre he estado centrada en el estudio, en el trabajo y en el desarrollo personal. He hecho deporte y he llevado una vida medianamente normal como cualquier persona de mi edad.
La historia que cambió todo comenzó en el año 2015. De un día para otro comencé a sentir fuertes cefaleas tensionales que no se me quitaban con ningún analgésico. Después de numerosas pruebas me diagnosticaron bruxismo por tensión y estrés. Unos meses después, empezando el año 2016 comencé a padecer fuertes dolores de estómago, naúseas y diferentes problemas digestivos que me impedían ingerir cualquier alimento, lo que me llevó a perder más de 10 kilos y a realizarme pruebas de todo tipo: colonoscopia, gastroscopia, helicobacter pylori, analíticas de sangre, heces y orina, pruebas de perfil genético de intolerancia al gluten e intolerancias alimentarias, histamina, lactosa, fructosa... incluso me realizaron las pruebas de fibromialgia...y los resultados eran siempre los mismos: no tienes nada. Pero mis dolores y mi sufrimiento continuaban y después de visitar diferentes médicos y hospitales públicos y privados, me dijeron que mi problema era de origen psicosomático y que la única forma de abordarlo era tomando antidepresivos. Según Wikipedia el psicosomatismo es un proceso de origen psíquico que tiene influencia en lo somático, en lo corpóreo. La medicina reconoce la importancia de los procesos emocionales en la aparición y desarrollo de algunas enfermedades, pero este proceso es difícil de cuantificar y precisar por depender de factores y variables difíciles o imposibles de estudiar con el método científico. En otras palabras es algo que cae en un cajón de sastre y para lo que nadie tiene una respuesta clara a día de hoy, a pesar de lo mucho que se ha avanzado en el campo de la medicina.
Nunca me ha gustado entrar en el mundo de los antidepresivos, por los múltiples efectos secundarios que tienen sobre el organismo, pues considero que el ser humano tiene los mecanismos suficientes para sanarse a sí mismo, sin embargo golpeada por las circunstancias y desesperada por mi situación, decidí probar las alternativas que me ofrecieron diferentes psiquiatras de prestigio, donde todas pasaban por tomar este tipo de medicamentos.
Durante un periodo de aproximadamente 2 años, fui probando antidepresivos de todos los grupos que existen en el mercado: inhibidores de la recaptación de serotonina (ISRS), los IRSN, tricíclicos, IMAO, más de 20 antidepresivos diferentes....Sin embargo, debido a mi alta sensibilidad para este tipo de fármacos, ninguno de ellos me sentaba bien y los efectos secundarios que sufría, eran peores que los síntomas que padecía, por lo que debía dejarlos y comenzar la prueba con otro y así sucesivamente, siguiendo una larga cadena que parecía no tener fin y que me llevaban a urgencias del hospital.
Visité a diferentes psicólogos, sin grandes resultados, ninguno me ayudaba a conectar conmigo misma y lo único que hacía era gastar dinero en hablar con personas que no me conocen de nada y que no me pueden dar la solución. Entonces empecé a relacionar todo lo que me estaba sucediendo a nivel físico, con la forma en que se había desarrollado mi vida hasta el momento, siempre rodeada de problemas y cargas familiares que no me correspondían desde muy joven, sufriendo moobing en el colegio desde pequeña y más tarde en el instituto, con todo lo que ello conlleva en la adolescencia, cuando sufres más complejos. Trabajando muchas horas en empresas en las que recibía un salario muy bajo o era despedida de forma improcedente para ser relevada por personas enchufadas sin experiencia, o saliendo con chicos que no me llenaban y me trataban mal en general, siguiendo siempre un perfil de atracción hacia personas maltratadoras o con vidas poco recomendables llenas de problemas, que nada tienen que ver con mi persona.
Mi autoestima estaba siempre por los suelos, no me valoraba nada y pensaba que nadie podría querer a alguien como yo, que tenía tan poco que ofrecer. El error es si culpas a las circunstancias o a los demás de todo lo que te sucede, en lugar de tomar parte activa en ello, pues el cambio depende de nosotros mismos, no de lo que nos rodea.
Entonces comprendí lo que decía Mark Twain acerca de que "la peor soledad es no sentirse cómodo contigo mismo" y me di cuenta de la falta de autoestima tan grande que he tenido toda la vida, que me ha llevado a rebajarme continuamente con las personas, a hacer favores a desconocidos o a permitir que mis derechos sean pisoteados, sólo por sentirme aceptada y formar parte de un grupo. Entonces es cuando te das cuenta que la enfermedad no se produce sola, es una acumulación de la falta de amor a ti mismo y de situaciones que vas tragando en tu vida durante mucho tiempo, hasta que tu cuerpo y tu mente te dicen basta y te lo muestran con la cara más amarga, padeciendo síntomas físicos que no puedes controlar. ¿Por qué tienes naúseas? ¿Por qué no puedes comer? Porque no puedes tragar durante más tiempo todo lo que estás viviendo.
Desde finales del año pasado y durante un año comencé a trabajar en una nueva empresa, sin embargo el trabajo no me gustaba, ni me sentía realizada y como la empresa estaba ubicada en un espacio de coworking y me encontraba bastante mal, mi jefe me permitió trabajar desde casa, pero eso me hizo aferrarme con mayor fuerza a la inseguridad y al miedo que tenía de salir a la calle y sentir que todos mis síntomas empeoraban: desde sentir diarrea en cualquier momento, hasta padecer fuertes deseos de vomitar, cefaleas tensionales o dolores de estómago. Había días que incluso no podía levantarme de la cama y sólo deseaba desaparecer de la faz de la tierra, porque no deseaba vivir de esa manera durante más tiempo.
Mientras tanto, intentaba hacer cambios positivos en mi vida. Me interesé por referentes en el campo del crecimiento personal, veía vídeos motivacionales cada día, seguí el libro de ejercicios de Un Curso de Milagros e intentaba probar nuevas formas de vida natural y acudí a varios nutricionistas, que aparte de cobrarme carísimo, no me ayudaron en absoluto, con dietas imposibles de seguir, como la cetogénica, basada casi exclusivamente en consumir proteínas, algo que es altamente perjudicial para el hígado. De hecho me dijeron que consumiera 30 huevos a la semana y otras barbaridades por el estilo, que por supuesto no pude seguir. Mi alimentación era ya de por sí muy restringida: dieta baja en fodmap, sin gluten, sin lácteos, baja en histamina y aún así no mejoraba. Tampoco me atrevía a comer fuera de casa. Al final decidí guiarme por mi instinto y comer aquello que me sentaba bien, aunque estuviera dentro de la lista de alimentos prohibidos, que era infinita.
En el mes de junio me ingresaron en el hospital para volver a repetir la colonoscopia y la gastroscopia, pues mis fuertes dolores de estómago y problemas de diarrea empeoraron. Llegué a pensar que padecía la enfermedad del Crohn y que por fin podrían darme un diagnóstico y una solución a mi problema. Pero sorprendentemente el resultado de las pruebas fue el mismo: no tienes nada. Durante mi estancia en el hospital, me entró una tristeza tremenda al verme allí encerrada sin poder salir ni hablar con nadie, como si viviera en una cárcel con barrotes invisibles de la que no puedes escapar. Todo eso hizo mella en mi ya de por sí bajo estado de ánimo y me sentía incapaz de nada. Me dieron el alta sin solución médica, los doctores me decían que debía aguantar estos síntomas porque a nivel médico no había evidencia de nada y no sabían si lo que me pasaba podría durar para siempre o bien remitiría en algún momento. Todo era un misterio y debía aprender a vivir con ello. Eso supuso un duro golpe para mí, pues lo último que puede perder el ser humano es la esperanza y aquellas palabras de los médicos hicieron que me derrumbase por completo.
Llegó un punto en el que estaba tan cansada de todo que decidí no acudir a más hospitales, ni seguir más consejos de nutricionistas, ni hacerme más pruebas médicas. Simplemente no podía más. Acepté lo que me pasaba, hasta el momento me había resistido a ello, pero cuando lo acepté y me resigné, por fin pude descansar y llegó la liberación. Y es ahí cuando comenzó a suceder el milagro, cuando aceptas lo que te está sucediendo con buen agrado.
En ese mismo momento recibí una oferta laboral muy buena, para incorporarme en una de las primeras empresas donde trabajé en los comienzos de mi carrera profesional y donde había tenido una buena trayectoria profesional, para realizar un trabajo muy interesante y bien remunerado. Nunca pensé que tendría una oportunidad así, debido a la gran crisis que ha sufrido mi sector en los últimos años y a las pocas oportunidades laborales que he tenido en este tiempo, casi todas ellas de escaso interés y mal remuneradas. En realidad era una gran oportunidad, sin embargo lejos de sentirme bien, empecé a sentir mucho miedo e incertidumbre, pero a su vez sabía que no podía dejar escapar una oportunidad así.
Entonces pensé que era imposible, me sentía amenazada ante la idea de salir de mi "zona de confort" basada en no moverme de casa para nada por lo que pudiera pasar. Le dije a la empresa que debía pensarlo, que debía esperar a que pasara el verano y ver cómo me sentía, pero el trabajo tenía fecha de incorporación: el lunes 2 de septiembre. Pasó el mes de junio, llegó el mes de julio con su sol abrasador y decidí apuntarme a un curso intensivo de inglés de negocios, ni siquiera supe cómo pude hacerlo, pues tenía clases diarias de lunes a viernes y estaba exhausta del esfuerzo y de los dolores de cabeza y náuseas tan grandes que sufría. Cada día iba a clases y me sentía fatal, pero superé el curso con éxito y aquello me dio fuerza moral para seguir adelante. Después llegó el mes de agosto, mes de mi cumpleaños, la fecha se iba acercando y cada vez sentía más miedo. Pero dije SI y pedí la liquidación en la empresa donde teletrabajaba desde casa y donde no me sentía realizada ni como persona ni como profesional. Sentía que podía caerme por un precipicio pero decidí asumir el reto de empezar de cero y acudir a trabajar como si estuviera perfectamente y aunque no fuera así debía engañar a mi mente. Y ahí surgió de nuevo el milagro, que en realidad no se produce por sí solo, es creado por ti en gran medida (pero no lo sabemos y siempre pensamos que todo depende de algo externo, no de algo interno que emana desde dentro de nosotros).
Llegó el 2 de septiembre y comencé en la nueva empresa. Los primeros días fueron terribles para mí. Tenía diarrea, malestar de estómago, unas náuseas horribles...miraba a las personas que trabajaban allí y pensaba "ojalá me sintiera tan bien como ellos", "ojalá esta oportunidad me hubiera llegado cuando me encontraba bien de salud"...pero de nada servía pensar en algo que no se había producido, así que seguí trabajando, sin faltar un solo día a la empresa, esforzándome cada día y en estos 3 meses puedo decir que hay días en los que me siento mejor y días en los que me siento peor, pero nada de ello ha impedido que pueda seguir levantándome cada día a las 6 de la mañana, porque me gusta lo que hago y ahora no pienso en lo que me duele, sino en todas las tareas que tengo que desarrollar cada día de la semana. Me gusta ser la primera en llegar a la oficina y comenzar mi actividad antes de que el ruido de las voces y los pasos de mis compañeros inunden cada despacho y cada pasillo. Mi mente siempre ha estado centrada en una sola cosa, llevar una vida normal, volver al mundo laboral real es mi milagro cada día, porque aún no sé de dónde reúno las fuerzas para poder hacerlo, sólo sé que sucede y yo lo hago posible...no quiero decir que mis síntomas hayan desaparecido por completo, tengo días de sol y días de tormenta, como todos, pero gracias a Dios puedo levantarme cada día en la madrugada, sentir el frío en mi rostro mientras camino por la calle escuchando música y llevar una vida que hace un año pensé que no podría volver a llevar jamás. Así que cada día me siento agradecida a la vida y a Dios por este maravilloso regalo del Universo.
Y de todo ello, además de mi decisión de abandonar la "zona de confort" y asumir nuevos retos, debo dar las gracias a las pocas personas que han estado a mi lado durante este largo y difícil camino que comenzó en el año 2015 y que aún no ha finalizado. Sé que muchas personas han pasado por circunstancias peores a las mías y cada una llevamos nuestra dosis de sufrimiento diario dentro de nuestro ser, porque la vida no es perfecta y quien diga que la felicidad existe de forma permanente, sabe que no es cierto y que sólo podemos aspirar a sentirnos en paz con nosotros mismos cuando logramos alcanzar un estado de aceptación y comprensión de todo lo que nos está sucediendo.
Nunca he contado públicamente todo lo que acabo de escribir, pues las personas por desgracia te "etiquetan" y prejuzgan sin conocerte y algunas llegan a sentir odio y rabia y te dicen que si hubieras pasado hambre como ellas, se te pasarían tus "problemas psico-somáticos" como me dijo una persona el otro día sin conocer todo lo que llevo pasado, de una forma injusta y cruel, porque no se puede comparar lo que vive cada persona ni utilizar la información que sabes de ella para atacarla. Eso es un golpe muy bajo, sin embargo debo agradecer a esta persona, que hacía más de un año que no me sentía motivada para escribir nada nuevo en mi blog y gracias a esta patada que me ha dado, me ha impulsado para subir un peldaño hacia el cielo y decidirme a compartir mi historia de lucha diaria y de superación personal.
Los obstáculos y problemas me han ayudado siempre a crecer como persona, no a odiar a la humanidad. Por desgracia muchos seres humanos que viven circunstancias difíciles, se vuelven contra el mundo y guardan un gran rencor hacia todo aquel que les rodea y debo decir que eso es un gran error porque sólo cuando perdonas y estás en paz contigo mismo y con las personas con las que te relacionas, podrás encontrar la ansiada felicidad.
No hace falta cambiar de país, ni de ciudad, o pensar que cuando te marches de Madrid se acabarán tus problemas para siempre y serás feliz (como me dijo esta persona el otro día), porque en realidad el cambio depende de ti y si no eres feliz aquí, tampoco lo vas a ser cuando te marches a otro lugar, porque el resentimiento y rencor que guardas te acompañarán allá donde vayas y siempre sentirás un vacío dentro de ti que no sabrás cómo llenar y la vida es un espejo, lo que ves reflejado en los demás, debes corregirlo en ti mismo. Por tanto, ese odio que sientes por los demás, es sólo un reflejo del odio que sientes por ti mismo.
Hay una frase de Mark Twain que siempre recuerdo: "el perdón es la fragancia que la violeta deja en el talón de quien la ha pisado", es una reflexión muy valiosa para mí, porque sólo desde el perdón y el agradecimiento podrás encontrar la verdadera felicidad en tu alma y los milagros comenzarán a suceder en tu vida. Si yo he podido, estoy segura de que tú también puedes.
Sólo debes creer en tí y abrirle la puerta a los milagros, porque te aseguro que existen y aquí tienes la prueba real de que lo que ha sucedido en mi vida es uno de ellos.